Esa mañana, brillante por su propia naturaleza, el sol
hacia que se manifestaran todos los colores de las muchas plantas silvestres
del campo que atraían mi atención y, también, nos daba el calor que captábamos
para llenarnos de vigor y alegría juvenil. Habíamos decidido, una vez más, ir a
la huerta de San Martín, en bicicleta, por esos caminos a desmano para pasar inadvertidos.
Con su bicicleta muy cuidada, como correspondía a una chica consentida y
acomodada. La llevaba sentada, de lado, estilo amazona sobre la barra, creo que
se sentía entusiasmada y divertida, entre mis brazos protectores y estables;
para mí no era tan fácil y hacia acopio de toda mi fuerza y eficacia para
salvar la oportunidad con hombría. Todo el camino me había ido impregnado de su
perfume de niña limpia y perfumada; el entusiasmo
de esta mañana de estío, la constante restriega y las miradas de soslayo
estaban a punto de dominarme haciendo que explotara, incluida, sobre todo mi
bragueta, por la erección que se desplegaba y se agrandaba durante seguía el
viaje, mientras me concentraba en pedalear. Mi aliento resoplaba sobre su
melena limpia y lacia, de modo que llegaba a su oreja y, me hubiera deseado
susurrarla algo agradable, pero me mantenía callado, sintiendo aquella oportunidad
imposible. Ella, tenía que notar algo, porque sus miradas furtivas, mostraban
una sonrisa cómplice. Tenía quince años y como era lógico, creo, que no sabía qué hacer con una situación así.
Algunas personas que trabajaban en el campo arrancando
lentejas, se incorporaban y trataban de reconocernos, destruyendo nuestras
pretensiones secretas y seguramente asombradas por sus propias especulaciones y
estricta censura.
Estaba deseando llegar buscando la protección de la arboleda
y la hierba fresca sobre la que ya soñaba algunas cosas, soñaba despierto, eso que
nunca se hace realidad.
Al final, unos minutos y llegamos, dejamos la
bicicleta al borde del camino, recorrimos un estrecho y verde sendero, a penas
marcado. Fuimos caminando despacio armando el deseo, agarrados de la mano. Su
mano delicada, parecía fruto maduro, suave
como la seda y firme como el racimo de uvas que recoges cuidadoso
llenando la palma de la mano. Derramábamos anhelos para hacer lo que fuera más
necesario, sin dar un paso en falso, su mirada pasaba con todo el brillo de sus
ojos lúcidos por los míos. Llegamos a un viejo y formidable Nogal que nos
protegía con la sombra abundante, del sofocante calor, mirándome reluciendo me
pregunto: ¿qué vamos a hacer aquí? Al tiempo que se sentaba junto a mi lado. No
sabía que contestarle, no dije una sola palabra; puede que me saliera una mueca
disimulada. Pasado un instante me incline hacia ella y me lance sobre su
cuerpo, sus brazos, sus senos, su vientre, sus muslos y todos sus flancos
primero les recorrí con mis ojos sensibles luego con mis manos y mis dedos trate de aflojar todos sus resortes. Mientras decía: aquí no por favor, suplico, no hice caso, empecé a enredar mis manos en su espesa melena mientras la miraba con plena satisfacción y la sujetaba. Ella, supongo, de forma inconsciente, tomo mi mano izquierda llevándola a su entrepierna, con la contraria suya. Seguí el proceso natural sin saber muy bien lo que hacía, hasta llegar a su espesa vulva, húmeda y empapada, chorreando flujos; me comunicaba una sensación nueva, de gusto y complacencia. Era la primera ocasión y nada hubiera impedido que sucediera lo que sucedió. Aunque hubiera llegado una manada de pencos, pasando sobre nosotros, no nos habrían separado e impedido seguir hasta el final.
primero les recorrí con mis ojos sensibles luego con mis manos y mis dedos trate de aflojar todos sus resortes. Mientras decía: aquí no por favor, suplico, no hice caso, empecé a enredar mis manos en su espesa melena mientras la miraba con plena satisfacción y la sujetaba. Ella, supongo, de forma inconsciente, tomo mi mano izquierda llevándola a su entrepierna, con la contraria suya. Seguí el proceso natural sin saber muy bien lo que hacía, hasta llegar a su espesa vulva, húmeda y empapada, chorreando flujos; me comunicaba una sensación nueva, de gusto y complacencia. Era la primera ocasión y nada hubiera impedido que sucediera lo que sucedió. Aunque hubiera llegado una manada de pencos, pasando sobre nosotros, no nos habrían separado e impedido seguir hasta el final.
Cuando sintió el chispazo y toda la descarga del
lance; creo que quiso desprenderse por un momento, la sujete con fuerza, parecía una fiera indomable,
no llegue a saber si quería seguir o volverse atrás, supongo que nunca lo
sabré. A pesar del forcejeo llego un momento que se incorporó, miro su
entrepierna y se bajo la falda, recomponiendo el vestido y el pelo, a su vez la
quitaba todas las hierbas que se habían agarrado a toda su constitución y ropa.
Nos dijimos que nos deberíamos ir a casa, de vuelta.
Fuimos a recoger nuestra bicicleta, ya no deseábamos montarnos en ella. Preferimos
volver andando, sin decirnos nada, en total silencio. No comprendíamos lo que
nos estaba pasando y aquello marcaría un antes y un después.
Ninguno de los dos parecía saber a dónde íbamos,
llegamos a la carretera, ya había quedado atrás la huerta de San Martín,
cruzamos el puente del viejo molino, miramos un poco la presa y el remolino de
agua que salía de la corriente de la compuerta. Pasamos bajo las ramas de unos
árboles que había cercanos al acercarnos al borde de la reguera resbalamos y
nos proyectamos sobre nosotros mismos, no hizo ningún esfuerzo para levantarse,
sino todo lo contrario se agarraba a mí, apretándome sobre su cuerpo. Dejamos
la bicicleta junto al ribazo. Ante mi asombro sentí que deslizaba su mano sobre
mi bragueta, tomando el control de ella, me acaricio tan delicada y efectivamente
que en un santiamén eyaculé sobre su mano. Cogiendo mi mano la llevo a su entrepierna
y no pude por menos de responderla; abrió sus piernas al máximo, yo me coloque,
inclinándome adecuadamente la bese su vello púbico y lamí su vulva hasta
limpiarla..., de todo el flujo. En ese momento ya estaba gimiendo y agarrándose
el pelo se desordenaba la melena y empezaba a gritar: ¡me corro! ¡me corro! entonces
la penetre de nuevo, tratando de mantener la fogosidad que requería el momento.
No sé cuantos orgasmos tuvo, no sé cuantas veces me lo agradeció con
expresiones ininteligibles, aquello parecía una sucesión de estampidas con toda
su potencia. Me arañaba, me pellizcaba, lo que me hacía tener más deseo y azuzaba el ímpetu. Me mordía
los labios, no me acuerdo cuantas cosas más. Sé que me dejo hecho unos zorros.
Mientras duro aquello, fue maravilloso, no duraría
mucho, sus padres, no sé por qué motivo, lo impedían, seguro que intuirían algo
y querrían protegerla..., lo justificaban diciendo que era un “golfo” que me
gustaban sobremanera las mujeres, todas.
Nada sería igual, aunque cuando nos hemos visto
guardamos una cierta complicidad y afección disimulada. Siempre nos hemos
respetado y como me gusta hacer de las cosas efímeras y pasajeras, algo
perdurable y continuo, le he cogido el gusto a escribir cosas que de alguna forma
mantienen su contumacia y también su imaginación implícita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario